Tlaltecuhtli, a 10 años del encuentro con “la excepcional escultura mexica”

Arqueología. El arqueólogo Leonardo López Luján narra el descubrimiento del monolito y las recientes dos ofrendas asociadas a éste: una contiene el esqueleto de la trompa de un pez sierra y la segunda tiene cuentas de jade, huesos y caracoles. “Son ya 45 las ofrendas y 70 objetos los hallados”, añade

La diosa mexica de la Tierra se llama Tlaltecuhtli y la escultura monumental que la representa fue descubierta dentro de la zona arqueológica del Templo Mayor, hace 10 años. Este monolito que permaneció oculto cinco siglos “es excepcional, no sólo por su tamaño —4.17 x 3.62 x 0.37 metros”, también porque conserva sus pigmentos originales como ninguna otra escultura mexica descubierta hasta ahora”, señala el arqueólogo Leonardo López Luján, quien recuerda cómo el 2 de octubre de 2006 el equipo del Programa de Arqueología Urbana halló a esta deidad prehispánica.

El arqueólogo platica en entrevista que a la fecha, los especialistas han hallado 45 ofrendas asociadas a Tlaltecuhtli, sumando un aproximado de 70 mil objetos entre vasijas, cuentas de jade, semillas (amaranto, algodón, copal, pencas de maguey) animales marinos como estrellas de mar o caracoles, aves y mamíferos; y en las recientes ofrendas encontradas —aún in situ— sobresale el esqueleto de la trompa de un pez sierra y un depósito con cuentas de jade, huesos y caracoles.

¿Cómo sucedió el hallazgo?, ¿cómo se construyó el monolito?, ¿por qué a la diosa le falta la parte de su vientre? y ¿de dónde se obtuvieron los colores que conserva la escultura?, son algunas de las preguntas queCrónica responde a través de las voces de los expertos Leonardo López Luján y María Barajas Rocha.

Los arqueólogos también comentan que para festejar la primera década del hallazgo, se realizará una serie de conferencias en enero de 2017 en El Colegio Nacional para dar a conocer los nuevos estudios hechos al monolito y en este año, el próximo 10 de octubre se exhibirá una réplica de la diosa en el Palacio de Bellas Artes a propósito de una exposición sobre el color en el arte, en donde se juntarán piezas griegas con prehispánicas.

EL HALLAZGO. Tlaltecuhtli, la señora de la Tierra, progenitora y devoradora de todas las criaturas, salió a la luz un 2 de octubre de 2006 casi en la esquina de República de Argentina y República de Guatemala, en los cimientos del edificio antiguo Mayorazgo de Nava Chávez.

“Esa esquina era la más importante de la Ciudad de México en el siglo XVI, aquí se cruzaban dos ejes rectores: la calzada Iztapalapa, que corría de norte-sur, y la calzada de Tlacopa, de este-oeste. Justo en esa intersección estaban los dos ejes fundamentales de la Ciudad de Hernán Cortés, y en ese cruce se levantó el Templo Mayor”, narra Leonardo López Luján.

Agrega que esa esquina tuvo varios proyectos de construcción: hacer una casa de visitantes distinguidos, hacer la estancia del jefe de gobierno y la última propuesta fue hacer un museo de etnografía, el cual sí se estaba ejecutando, pero la obra tuvo que suspenderse porque apareció la escultura de Tlaltecuhtli.

“El equipo de Álvaro Barrera empezó a hacer el salvamento arqueológico en el momento en que se estaba construyendo el inmueble, se estaban haciendo los cimientos y el 2 de octubre cuando rebajaron el subsuelo, uno de los trabajadores pegó con su pico unos centímetros más del límite que el ingeniero había fijado, entonces sintió la vibración en el pico y se dio cuenta que era algo importante. En ese momento Gabino López, fue a indagar de qué se trataba y vio que era algo de una magnitud enorme. Ese mismo día me hablaron por teléfono”, narra López Luján.

La mañana del 3 de octubre, Eduardo Matos Moctezuma, Alfredo López Austin y Leonardo López Luján llegaron a la zona para empezar el reconocimiento, estudio y conservación del monolito que estuvo a cielo abierto durante el reino de Ahuízotl, es decir, durante los años 1486 y 1502.

¿Cuánto pesa la escultura?

—Son 12 toneladas y está hecha con andesita de lamprobolita, una piedra volcánica con un color que va del gris rosáceo a violáceo. Gracias al trabajo del geólogo Jaime Trejo, sabemos este material se trajo de un yacimiento muy cercano: el Cerro Tenayo, hoy Tenayuca. A diferencia de la Piedra del Sol que fue hecha con un basalto de olivino procedente de donde hoy está el Metro Miguel Ángel de Quevedo.

“Ese 3 de octubre nos dimos cuenta de que la escultura estaba hecha de andesita y por las dimensiones, que era una piedra más grande que la Piedra del Sol y que la Coyolxauhqui, calculamos que pesaba unas 12 toneladas. La Coyolxauhqui pesa 8 toneladas y Piedra del Sol que no es tan grande pero es más densa porque es de basalto, pesa 24 toneladas”.

¿Cómo se trasladó la andesita de Tenayuca a Templo Mayor?

—La imagen que hoy tenemos es cinematográfica al estilo de Hollywood, en donde a los esclavos les dan latigazos para que carguen y caminen. Pero fue todo lo contrario, si leen a Fray Diego Durán, él dice que (el traslado) fue una gran verbena popular en donde el ingrediente principal fue la devoción. Siempre habla de grandes contingentes de individuos, de hombres, seguramente jóvenes, bien equipados con palancas, rodillos y cuerdas, dando voces, es decir, gritando para estimularse a sí mismos y mover estas piedras.

López Luján explica que está documentado que para mover la andesita usaron carretoncillos, una especies de trineos de madera, en donde se pone un bloque de piedra sobre la base de madera que por abajo es movida por rodillos, que a su vez, son jalados con palancas y cuerdas.

PINTURA Y RESTAURACIÓN. Desde que se encontró el monolito y antes de traspasarlo al Museo Templo Mayor, los expertos iniciaron la conservación de la escultura pétrea ya que observaron que ésta tenía una capa de sedimento, la piedra estaba húmeda y que además contenía pintura.

“El trabajo de análisis y conservación empezó al momento del hallazgo para que la roca se mantuviera con el sedimento y húmeda, de tal forma que se secara de manera paulatina. Virginia Pimentel hizo el trabajo. Ella implementó medidas de protección para que los fragmentos no sufrieran cambios bruscos: mantuvo la capa de sedimento aproximadamente 1 año in situ, sobre todo para proteger la policromía original”, explica la restauradora María Barajas Rocha.

Después de que la roca se secó, los especialistas levantaron cada fragmento de la diosa hacia la calle de Argentina, labor que se logró con una grúa de brazo largo.

“Fernando Carrizosa definió los puntos de apoyo para levantar cada uno de los fragmentos y en la calle de Argentina ya teníamos una base de madera de pino y sobre ésta se pusieron espumas de polietileno que eran bases de trabajo, a manera de amortiguadores. Fue cuando construimos una caseta que fungió como laboratorio de restauración”, añade.

En palabras de Barajas Rocha, el siguiente paso fue hacer una revisión detallada de los deterioros que presentaba cada fragmento del monolito y realizar pruebas de limpieza para retirar la capa de sedimento que protegía la policromía (proceso que tardó 10 meses porque retiraron el sedimento de la piedra, poro por poro)

“Se identificaron cinco colores de la paleta cromática mexica: ocre y rojo, ambos del óxido de hierro, en el caso del rojo extraído de la hematita; azul maya que se obtuvo de la mezcla de índigo.

REYNA PAZ AVENDAÑO / Crónica