Carlos Fuentes no ha Muerto, simplemente se volvió Eterno
Justamente el Día del Maestro, el 15 de mayo, el cuerpo de Carlos Fuentes bajó el telón, el ya sentía próximo el final, cuando en una entrevista en Buenos Aires durante la Feria del Libro de allá, aseguraba que “todavía tenía algunos pendientes por terminar” pero que “tenía un lugar muy bonito reservado en París el que iba a ocupar pronto”. Lo primero significa que aunque ya había entregado “Personas” y “Federico en el Balcón” (obras póstumas que se publicarán este año), tenía pendientes algunas, que lamentablemente ya no alcanzó a terminar (como “El baile del Centenario”, que empezó justamente 24 horas antes de su fallecimiento), y se quedaron en el tintero, en su asombrosa memoria y en esa sangre caliente que tatuaba maravillas sobre el papel a punta de conocimiento y talento creativo. Y lo segundo, que a sus 83 años, sentía que pronto se iría a reposar para siempre junto a sus hijos Carlos y Natasha, en el cementerio de Montparnasse, muy cerca de su amigo del alma Julio Cortázar, de Jean Paul Sarte y de Simone de Beauvoir y en el que algún día también reposará su inseparable mujer y musa Silvia Lemus. En una entrevista de las últimas que le realizaron dijo en cuanto a su técnica para verse mejor y seguir trabajando duro: “El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada”.
El divino redentor de la literatura mexicana, latinoamericana y mundial con obras de la talla de “La Región más Transparente”, “Aura”, “La Muerte de Artemio Cruz” o “Terra Nova” entre otras. El crítico punzante de lo que ocurría en su querida patria y de lo que acontecía en todo el territorio americano y al otro lado del Charco. El bon vivant que conocía de vinos, gastronomía, cine, libros, paisajes, mujeres, viajes, lenguas y que mamaba a diario esa fina luz que baja del cosmos, para ser él y nada mas que él, y recontra puramente él. Se borró en carne y huesos ese día, pero su voz quedó en cientos de entrevistas, su imagen en múltiples apariciones en la caja de cristal y en la prensa mundial, y su palabra en esa magnifica y eterna obra que nos legó y que debemos de leer, releer y compartir. El amigo de García Márquez, de Julio Cortázar, Milan Kundera, Luis Buñuel, José Saramago, Elena Poniatowska y otros muchos se quedará para siempre con nosotros. Porque Carlos Fuentes no ha muerto, simplemente se volvió eterno. (Octavio Hernández).
Y que mejor para ilustrarlo todo que con un texto de la divina Elena Poniatowska:
La Sonrisa de Carlos Fuentes*
Por Elena Poniatowska
Arriba de El Ángel, arriba del Monumento a la Revolución, arriba de la Catedral, Carlos Fuentes siempre estaba arriba. De joven, le daba miedo la altura; todavía en julio de 1959, cuando el triunfo de la Revolución Cubana, en el mismo avión que el general Cárdenas, preguntaba: ¿Tú crees que se va a caer? Ya entonces volaba alto. Desde niño estuvo destinado a la altura. Acababa de publicar La región más transparente, que hizo estallar a la ciudad de México. Antes, todos escribían triste. Triste la Revolución con tanta masacre inútil, triste la provincia en la que se cocía morosamente el ate de guayaba en un perol, como escribió Agustín Yáñez; triste la sombra del caudillo y la de todos los que habían hecho la Revolución y ahora, en una lujosa oficina, ignoraban el lento pero seguro empuje de su barriga.
Así las cosas, Fuentes hizo irrupción, reventó nuestro mundito como habría de hacerlo el Paricutín y nos recordó que teníamos agallas. Él siempre las tuvo. Ambicioso, audaz, ágil, elegante, subía al escenario de un brinco. Siempre caminó aprisa, siempre hizo de tripas corazón. La palabra siempre le va muy bien a Fuentes, y todos podemos decirle a Silvia y a Cecilia, así, a coro y con la voz alta y fuerte, que Fuentes vivirá siempre al lado de sus libros, estará con nosotros siempre y que no es una frase de consuelo, es una realidad.
Lo veo allá al fondo, de pie; lo veo aquí, al lado, sonríe. Su sonrisa era la de su padre, don Rafael Fuentes, que a raíz de la publicación de La región más transparente decía: Ahora ya soy el padre de Carlos Fuentes. Todo envuelto en el chipi chipi de Jalapa, esa ciudad en la que el pastito crece entre las piedras; Fuentes era veracruzano de pies a cabeza, veracruzano de los altos vasos de café con leche del Café de la Parroquia que los meseros rellenan y vuelven a llenar al sonido de la cuchara, ting, ting, ting, como en una canción de Cri-Cri, como si todos fuéramos niños antes del pecado original. Fuentes era un poco así, tenía al niño que fue en la niña de sus ojos, reían sus ojos, adentro de sus ojos estaba su vigor, su entusiasmo, su afán totalizador, su amor a México. Echaban chispas sus ojos, porque Fuentes era un seductor, pero, como aclaró Ángeles Mastretta, un seductor confiable.
Sólo quisiera destacar dos actitudes de Carlos Fuentes a lo largo de su vida (a pesar de que le era imposible llevar la cuenta de todos los doctorados concedidos en universidades estadunidenses): una, su actitud crítica frente a Estados Unidos, y dos, su patriotismo. Su gran tema fue México, la razón de su obra es México y su eternidad, como la de Balzac, yace en el retrato que hizo de nosotros.
Pronto hablaremos de sus libros, de La región…, La muerte de Artemio Cruz y Aura; pronto reflexionaremos sobre lo que significa la celebridad, pronto habrá páginas de ensayos en varios idiomas, pronto repetiremos lo que él respondió una y otra vez: El Nobel me lo dieron cuando se lo dieron a García Márquez y pronto, también, tomaremos en cuenta una frase suya dicha hace poco frente a Carmen Aristegui: No quiero ni pensar que Peña Nieto pueda ser presidente de la República.
A Fuentes le habría gustado la manifestación del 19 de mayo del Zócalo al Ángel. Una pancarta decía: Bienvenidos los jóvenes al despertar de la conciencia. Los estábamos esperando. Atentamente, La Patria.
Una noche en la que varios nos encontrábamos en el jardín de su casa de Apóstol Santiago, en San Jerónimo, Carlos de pronto preguntó: ¿Dónde está la Güerita? Hoy le respondemos: Carlos, aquí está la Güerita, no te preocupes, vamos a cuidarla entre todos.
*Texto publicado en La Jornada.
