Dos queridos amigos a quienes me voy a referir en clave, ya que no quiero exponerlos al reclamo airado de los grupos sociales más conservadores y puritanos de nuestra ciudad, han tenido a bien poner sobre la mesa un vino californiano cuyo nombre, leído en público, provoca que retiemble en sus centros la tierra, que las damas de la orden de las almas pías caigan desmayadas ipso facto y los caballeros de Colón se ruboricen apenas lo escuchan. Pues resulta que Hipócrates y el hermano Rodríguez me convocan a lidiar con valor uno de los calurosos días de la semana pasada. Tomar asiento en Los Arcos es como llegar a ver una buena obra de teatro en la que los actores conocen bien a su público y actúan en consecuencia. ¡Cuántos restauranteros deberían darse una vueltecita por ahí para entender lo que es el buen servicio! Nunca hay una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión. Señores, entendamos algo, son los comensales quienes mandan en el restaurante. Podemos perdonar un platillo que no esté a la altura de nuestras expectativas pero nunca un mal servicio. Quien no entienda esto que se dedique a otra cosa.
Pues resulta que desde Culiacán viaja un callo de hacha de madre desconocida que es algo así como la insignia de la casa. Aunque ese día andábamos un poco de prisa, no dejamos de disfrutar de un buen plato de arroz blanco acompañado de unas rebanadas de aguacate fresco, del mexicano que es el bueno. Yo no sé por qué el aguacate gringo nomás no sabe a nada, pero el de acá tiene un no sé qué, que qué sé yo. Me dicen por ahí que son las aguas con las que se riega. Para que vean que los coliformes no siempre son dañinos (omaigod, agárranos confesados!) Bueno, lo que quiero compartir con ustedes es que no hay nada más divertido que romper las reglas, mientras no se meta uno en problemas. Aquí la verdad no hubo maridaje sino pura y simple compañía. Este vino que reposó en barrica francesa durante dieciséis meses antes de salir a ganarse la vida, proviene de las fértiles tierras del condado de Santa Bárbara, en el estado vecino de California, como ya lo comenté. Son evidentes en él las frutas rojas, en la primera nariz y la pimienta y el chocolate en la segunda. Es claro que se trata de un vino que no va con los platillos que arribaron a la mesa, pero ¿qué importa? A veces sucede, pero no por ello dejaremos de disfrutar los callos, el arroz y el vino en turno. Nadie, en su sano juicio, hablaría de un maridaje adecuado entre un vino elaborado con uva Syrah, portentoso y alcohólico como el invitado de la tarde y platillos de sabores delicados y sencillos como los mencionados, sin embargo, a sabiendas del resultado, se debe preparar el cuerpo y los sentidos para no dejar de disfrutar ni una ni otra cosa. Finalmente y como no queda más remedio, transcribo aquí el nombre del susodicho vino, pidiendo a mis amables lectores evitar especulaciones interpretativas acerca de las intenciones de quien lo haya bautizado: Zaca Mesa 2007 de Santa Ynéz, Bárbara County, California. No podemos negar que es un nombre muy original.
1984
Distopia es una extraña palabra que alude a la idea de una sociedad controlada en forma represiva bajo los designios de un gobierno cruel y totalitario. Lo contrario de la Utopía cuyo referente literario incuestionable es el libro del mismo nombre escrito por Tomás Moro. La ficción utópica nos muestra un mundo ideal, la distópica, otro de pesadillas y temores. En 1948 George Orwell vuelve a la carga con una de las tres obras distopianas más emblemáticas: 1984, después llevada a la pantalla cinematográfica: Las otras dos, Un mundo feliz de Aldous Huxley y Farenheit 451 de Bradbury la acompañan para siempre en la República de las Letras. Por cierto que Orwell decide modificar el nombre original de su novela que era “El último hombre en Europa” por el de “1984” cambiando los dos últimos dígitos del año en que la escribió, 1948. Estas divagaciones son el resultado de algo que no fue utopía ni distopia sino la más clara e inobjetable realidad, una botella de vino del año 1984. Generoso obsequio de mi querido amigo balcánico y compartida con el hijo predilecto de Valdesimonte y mi entrañable especialista en dolor que casi siempre se especializa en placer, como lo demuestra el hecho al que aquí he de referir. Clos Du Bois es el nombre de una vinícola californiana que produjo en 1984 un bello durmiente que permaneció en botella hasta que, veintisiete años más tarde, fue presentado en sociedad. Elaborado con uvas Cabernet Sauvignon y Cabernet Franc en proporción de 90 y 10, este vino reposó en barricas de roble francés y americano con capacidad de 60 galones durante veinte largos meses.
Los honores para acompañar a tan distinguido invitado le correspondieron a dos magníficos carpachos, uno de salmón y otro de res, preparados en la cocina de la chef Susana Sierra del restaurante Ixchel, ubicado en el famoso Hotel Palacio Azteca. Estos platillos permitieron al vino expresar su carácter y trapío. Primero notas de fruta roja en compota, es decir, atenuada por los años transcurridos, luego aromas de pimienta blanca y al final tenues notas de anís y menta. Un privilegio más que agradecible. Pero la cosa no paró ahí. La tertulia nos deparaba otra sorpresa. El hombre de blanco saca de la chistera un vino de la Ribera del Duero. La Taberna, Crianza, del año 2000. Este vino se produce en la afamada bodega Hacienda Monasterio con Tinta Fina, clon de la Tempranillo. Su vinificación se realiza bajo la supervisión del enólogo danés Peter Sissek, creador del vino más caro de España, el Pingus el cual alcanza precios arriba de los mil euros por botella. Las doble magnum (3 litros) llegan a costar hasta 6 mil euros. Un magnífico lenguado con una sencilla pero sabrosa salsa de jitomate, ajo y aceitunas motivó al Taberna Crianza a expresar aromas de vainilla, cereza y romero y un elegante final ahumado en el retrogusto. Un verdadero regalo para los sentidos. Estamos en contacto y mientras tanto ¡salud!
Por Dionisio del Valle.