En el corazón de Sunset Boulevard, lo que se conoce como el Strip de Los Ángeles, hay una enorme nave vacía al lado de un aparcamiento. En lo alto, un letrero con trazos naranjas sobre fondo amarillo recuerda que eso fue una vez el paraíso de los amantes de la música: Tower Records. Allí aparecía cada martes Elton John, a las 10:00 de la mañana, acompañado de su chófer y con una enorme lista de LPs para llevarse en su limusina. Con el tiempo, la tienda de discos tuvo que abrir una hora antes los martes sólo para que a Elton le diera tiempo a comprar todo lo que quería.
El músico británico se enorgullece de haber gastado en Tower Records “más dinero que cualquier otro ser humano”, pero sus excesos consumistas no están tan alejados de la experiencia de millones de personas, para las que acudir a la tienda de discos suponía un orgasmo, una adicción, un tranquilizante o cualquier otra metáfora que se haya usado ya sobre la adquisición de vinilos, CDs y cassettes. Una actividad que hoy ha quedado obsoleta, como demuestran las noticias que, periódicamente, hablan del cierre de otra emblemática tienda de discos. A principios de esta semana lo hizo Other Music, en Nueva York, y en marzo cesó su actividad la barcelonesa Discos Castelló, después de 88 años. El streaming, la piratería, las ventas de música digital y la compra a través de Amazon han terminado de dar la puntilla a un sector que antaño fue crucial para conformar la identidad de varias generaciones. Ir a la caza de tal disco, dejarse seducir por las portadas al azar, seguir los consejos de los dependientes, escuchar las novedades en las cabinas, ligar, formar grupos de rock… De todo eso habla All things must pass (Sony), el documental rodado por Colin Hanks (actor, productor y, sobre todo, hijo de Tom Hanks) sobre el ascenso y la descorazonadora caída de Tower Records, que ahora se publica en formato DVD.
No music, no life (“Sin música no hay vida”) rezaba el lema de una compañía fundada por Solomon en 1960 a partir de un pequeño puesto de discos de gramola dentro de la droguería que su padre regentaba bajo el Tower Theater de Sacramento, la capital de California. Con el tiempo, Solomon abrió una sucursal en San Francisco, a la que siguió la de Los Ángeles y, posteriormente, una expansión por todo Estados Unidos, Japón y diversos países del mundo. En 1999 Tower Records facturó 1.000 millones de dólares, pero cinco años después la compañía cayó en bancarrota.
Solomon tiene ahora 91 años y, como señala en un momento de la película, siente una mezcla extraña cuando ve alguna de sus antiguas tiendas vacías: “Es realmente triste. El esqueleto está aquí y las partes también. Pero no funcionan. Estaría genial que estuviera lleno de discos, y la música sonara y la gente comprara. Pero es el pasado. No hay forma de cambiarlo”. Desde su casa de California, se reafirma: “No puedes creer en el pasado. Lo que sucede, sucede. De ahí el título de la película”, asegura. El título está tomado del álbum de George Harrison (“Todas las cosas deben morir”), que fue también el lema que colgaron sus empleados en la tienda de Sacramento cuando, a finales de 2006, se anunció la liquidación. “No siento ninguna rabia, porque el progreso es el progreso y no se puede culpar a la tecnología”, señala, y reconoce una serie de errores de inversión que, unidos a la llegada de Napster, precipitaron la quiebra. Como apunta el productor David Geffen en la película, “la industria no respondió apropiadamente a lo que estaba sucediendo. Podrían haber puesto los discos más baratos, pero no lo hicieron”. En lugar de eso, obligaron “a la gente a comprar álbumes cuando sólo querían una canción”.
Dave Grohl, que fue empleado de la cadena, y Bruce Springsteen también aparecen en la película para recordar los buenos viejos tiempos. “Cuando cerró, fue un momento realmente triste, pues era un lugar en el que pasé muchas horas mientras crecía”, asegura Colin Hanks. “Somos de la misma ciudad, de Sacramento, donde hay una especie de orgullo en torno a Tower Records. Pero, por encima de todo, sabía que había algo especial y único en la historia de aquellas tiendas”.
La clave de la película, según él, fue “no centrarse en la gente famosa. Demasiados documentales en torno a la música o a la industria discográfica giran en torno a las estrellas, las personas cuyos discos compramos. Pero hay algo en Tower, y en las tiendas de discos en general, muy importante y es que eran los lugares donde iba la gente a realizar esa conexión con los músicos”. Solomon abunda: “La música marca los ritos de paso en la vida; la que te acompaña en la adolescencia estará contigo para siempre. Vemos el mundo a través de la música”. Por eso, sigue Hanks, “la gente se identifica tanto con su tienda de discos, porque, como pasó en Tower, se forma una gran familia”.
DARÍO PRIETO SIERRA / El Mundo
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