El Príncipe Olvidado

En cierto conjunto habitacional, la vieja biblioteca pública en desuso esconde una verdad incómoda. Afuera, a un lado de ella, en el parque y en la cancha de basket ball ningún niño juega. Una pelota roja y blanca cubierta por una capa de polvo y mugre se desinfla con el paso del tiempo en profunda soledad, los rayos del sol a ratos la cubren con su abrasadora calidez en una tarde de verano. En los alrededores del edificio, apenas es perceptible el sonido de las ramas y hojas de los árboles al rozarse ante el casi nulo soplar del viento.

Al subir las escaleras del edificio C departamento 202, pareciera que no hay nadie en casa. Sin embargo, en la habitación, la risa muda de un niño, acompañada del constante golpeteo de dedos en un smartphone y la música inconfundible de uno de los juegos con mayores descargas en la historia, rompen el silencio. En la pantalla de 5.5′ pulgadas de una nitidez impresionante, se ve una resortera clavada al suelo, la yema del dedo del niño deja de sostener a una especie de pájaro rojo de rasgos caricaturescos, éste se abalanza con fiereza y determinación sobre una pseudo fortaleza hecha de piedra y madera, la cual protege a unos cerdos incorpóreos de color verde con cascos que asemejan a los usados por los soldados en la primera guerra mundial; condenados a ser derrotados a la primera oportunidad debido a la destreza casi natural del imberbe de nueve años.

El niño está de vacaciones, al igual que muchos otros del conjunto habitacional. Su madre fue al supermercado y él se quedó solo en casa jugando con el celular de ella. Los únicos libros que tiene en su haber son los de la escuela y uno que le dejaron leer de tarea las vacaciones pasadas pero nunca terminó; aunque, cuando le cambiaron de profesor al regreso a clases, el no leer el libro pasó desapercibido por el nuevo instructor, quien la mayor parte del tiempo se la pasa revisando su muro del facebook y les deja cualquier información en el pizarrón para que la copien y se esfume el tiempo de clase. El mencionado profesor es el joven esposo de una de las tres bellas hijas del director, mientras que el antiguo profesor, quien este año cumpliría 35 años de servicio y le tocaba ahora dar 4to año, fue relevado de su puesto poco tiempo después del regreso de la luna de miel del lindo yerno del director, sin razón aparente fue borrado del mapa, recibiendo una miseria por su jubilación anticipada.

El libro que el niño del departamento y sus compañeros debían leer era “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry, escritor y aviador francés, quien durante la Primera Guerra Mundial al estar exiliado en Estados Unidos escribió este relato aparentemente para niños, pero con un mensaje muy profundo para el mundo de los adultos. Sólo uno de la clase leyó el libro, los demás, al igual que nuestro niño del móvil nunca lo empezaron, es mas, ni siquiera lo abrieron. Si mas niños de su salón hubieran buscado ese libro como él que sí lo leyó, sabrían que en la biblioteca, antes de que fuera clausurada después del verano del año pasado, había suficientes copias para cada uno. Y que junto a ese libro en la sección de literatura, habrían encontrado la colección completa de las maravillosas obras de Julio Verne y quizá alguno se hubiera interesado por la edición especial de Don Quijote de la Mancha o el viejo libro de Moby Dick, y cientos de otros libros y títulos que ahora yacen entre el polvo y la humedad de una biblioteca olvidada y clausurada por falta de recursos y personal. Y sobre todo por falta de devoradores de historias.

Tal vez, si los niños estuvieran en la biblioteca o en casa leyendo uno de estos relatos, la pelota olvidada tendría un razón de ser y quizá podría inspirar al niño durante el camino de regreso de la biblioteca a su casa, para hacer un relato sobre ella y con el paso del tiempo esto fuera la semilla para convertirse en un famoso escritor. Pero eso jamás sucederá, pues el maestro que quería inculcarles el hábito de la lectura fue despedido, el nuevo maestro tiene pésima ortografía y no lee ni el directorio telefónico, la mamá del niño nunca está en casa porque es madre soltera y trabaja de sol a sol para mantener el hogar y a ella sus padres nunca le inculcaron el hábito de la lectura. Quien decidió cerrar la biblioteca no tuvo un tío, un padre, un abuelo o una tía, una madre, una abuela o un amigo que lo invitara a leer y le mostrara la importancia de estos lugares en los que habita la cultura del mundo. La pantalla del smartphone del niño acaba de decir que ganó y sigue el próximo nivel, es sin duda, todo un campeón del cybermundo, aunque no sepa bien si cyber va con y o con i latina.

Por Luis Fernando Escobosa.