La Teoría del Todo

En la mayoría de las ocasiones las biografías hollywoodenses llegan a causar risa y molestia por su obvia manipulación de emociones y hechos en favor del dramatismo fílmico. Es evidente que la mayoría de los cineastas que se encargan de realizar este tipo de obras están más interesados en contar una historia interesante y no una historia verídica. Creo que por eso este género cinematográfico invita más a la rimbombancia narrativa, la exageración desmedida y la tergiversación de la realidad, reemplazando veracidad por espectáculo.

Con esto no quiero afirmar que eso sea malo; bien llevado puede dar resultados muy interesantes, como por ejemplo, en Walk the Line con el músico Johnny Cash o Ray con la figura de Ray Charles. De algún u otro modo, ese es el caso también con La Teoría del Todo, aunque no está exenta de cierta indulgencia.
Esta película pretende narrar la vida del famoso teórico Stephen Hawking (Eddie Redmayne), cuyo trabajo desde finales de los setenta, hasta finales de la década pasada, ha moldeado las diferentes teorías sobre el espacio, el tiempo y la relatividad, cambiando el enfoque para muchos otros investigadores. Lamentablemente la genialidad de Hawking contrastaba con su débil estado físico. Cuando a sus escasos veinte años se le diagnosticó la enfermedad de la motoneurona causándole una deficiencia en la capacidad de realizar movimientos voluntarios, su vida cambió bruscamente, y necesitaría de gran tenacidad y del apoyo de su sufrida esposa (Felicity Jones) para superar ese horrible trance y convertirse a la postre en la figura que es hoy en día.
De entrada, el acierto del director James Marsh ha sido el mostrar una visión sobre los momentos vividos del personaje de una manera que envuelve al espectador en las distintas etapas del protagonista, haciéndonos partícipes de sus experiencias relacionadas a los distintos retos que fue superando, tanto personales como en su carrera, mismos que le fueron dando el ascenso, sin dejar de lado las dificultades con su progresivo deterioro físico. Además, cabe resaltar el sobrio trabajo de Eddie Redmayne libre de exageración, el cual contribuye enormemente a dar validez y credibilidad a este tenaz y trascendente personaje.


Por su parte, Marsh se mantiene más o menos restringido. Ciertamente hay escenas de sobreactuación dramática, y no esperaba menos, pero en general se ha preocupado más por mantener la historia fluida que por producir malabares emocionales innecesarios, toda vez que la historia real de Hawking es de por sí bastante dramática sin necesidad de agregarle muchos gritos o un llanto telenovelero.
Ahora bien, en vista de las múltiples nominaciones de esta película para premios de la Academia, no puedo evitar un pequeño comentario sobre los famosos Óscares: estoy de acuerdo con nominar al joven Redmayne; su trabajo en La Teoría del Todo es realmente buena. Pero Felicity Jones, a pesar de su nominación, no pasa de ser la sufrida esposa, sin mucha profundidad o peso en la historia lo cual se siente más como un requerimiento por el perfil de la cinta que como un logro en sí mismo. Esto confirma en mi opinión a los Óscares como mera muestra de popularidad mercadotécnica y no de calidad, y resultan más útiles como muestrario de vestidos que como medida real de talento cinematográfico.
Pero dejémonos de editoriales. La Teoría del Todo es una interesante mirada (aunque de dudosa veracidad) a la vida llena de momentos difíciles y de grandes triunfos de un genio de la física, presentada con un sólido estilo dramático aunque piadosamente haciendo uso mesurado de la consabida cursilería para conmover al público y atraer a los jurados hollywoodenses. Buen esfuerzo de James Marsh y su elenco, particularmente Redmayne, a quien le deseo que en los siguientes años siga encontrando proyectos que estén a la altura de la capacidad mostrada y que en otro rol arañe las alturas.

Por Cuauhtémoc Ruelas
Twitter: @esquinadelcine